El coronel elogia mi puntualidad:-Es puntual como los alemanes -dice.-O como los ingleses. El coronel tiene apellido alemán.Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.-He leído sus cosas -propone-. Lo felicito.Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.El coronel sabe dónde está.Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.El bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.-Esos papeles -dice.Lo miro.-Esa mujer, coronel.Sonríe.-Todo se encadena -filosofa.A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.-La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.-¿Mucho daño? -pregunto. Me importa un carajo.-Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años -dice.El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.Entra su mujer, con dos pocillos de café.Contale vos, Negra.Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.-La pobre quedó muy afectada -explica el coronel-. Pero a usted no le importa esto.-¡Cómo no me va a importar!... Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.El coronel se ríe.-La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.-Cuénteme cualquier chiste -dice.Pienso. No se me ocurre.-Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.-¿Y esto?-La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.-¿Qué más? -dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.-Le pegó un tiro una madrugada.-La confundió con un ladrón -sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.-Pero el capitán N. . .-Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.-¿Y usted, coronel?-Lo mío es distinto -dice-. Me la tienen jurada.Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.-Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.-Me gustaría.-Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?-Ojalá dependa de mí, coronel.-Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.-Mire.A la pastora le falta un bracito.-Derby -dice. Doscientos años.La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.-¿Por qué creen que usted tiene la culpa?-Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.-¿Qué querían hacer?-Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.-Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.-Y orinarle encima.-Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.-Esa mujer -le oigo murmurar-. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.El coronel bebe. Es duro.-Desnuda -dice-. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente-, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.-Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.-...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos-, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?-No.-Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.Vuelve a servirse un whisky.-Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.Bruscamente se ríe.-Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.Repite varias veces "Eso le demuestra", como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.-¿Pobre gente?-Sí, pobre gente.-El coronel lucha contra una escurridiza cólera interior-. Yo también soy argentino.-Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.-Ah, bueno -dice.-¿La vieron así?-Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.-Para mí no es nada -dice el coronel-. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dése cuenta.Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.-A mí no me podía sorprender. Pero ellos...-¿Se impresionaron?-Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: "Maricón, ¿ésto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo." Después me agradeció.Miró la calle. "Coca" dice el letrero, plata sobre rojo. "Cola" dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. "Beba".-Beba -dice el coronel.Bebo.-¿Me escucha?-Lo escucho.Le cortamos un dedo.-¿Era necesario?El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.-Tantito así. Para identificarla.-¿No sabían quién era?Se ríe. La mano se vuelve roja. "Beba".-Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?-Comprendo.-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.-¿Y?-Era ella. Esa mujer era ella.-¿Muy cambiada?-No, no, usted no me entiende. lgualita. Parecía que iba a hablar, que iba a... Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.-¿El profesor R.?-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.-¿Enciendo?-No.-Teléfono.-Deciles que no estoy.Desaparece.-Es para putearme -explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.-Ganas de joder -digo alegremente.-Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.-¿Qué le dicen?-Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.-Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.-La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.-Llueve -dice su voz extraña.Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.-Llueve día por medio -dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.Dónde, pienso, dónde.-¡Está parada! -grita el coronel-. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.-No me haga caso -dice, se sienta-. Estoy borracho.Y largamente llueve en su memoria.Me paro, le toco el hombro.-¿Eh? -dice- ¿Eh? -dice.Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.-¿La sacaron del país?-Sí.-¿La sacó usted?-Sí.-¿Cuántas personas saben?-DOS.-¿El Viejo sabe?Se ríe.-Cree que sabe.-¿Dónde?No contesta.-Hay que escribirlo, publicarlo.-Sí. Algún día.Parece cansado, remoto.-¡Ahora! -me exaspero-. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!La lengua se le pega al paladar, a los dientes.-Cuando llegue el momento... usted será el primero...-No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.Se ríe.-¿Dónde, coronel, dónde?Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.-Es mía -dice simplemente-. Esa mujer es mía.
Rodolfo Walsh por Felipe Pigna
Quién fue Rodolfo Walsh? Un periodista, un escritor, un militante, un intelectual que fue más allá de ese papel? "Fui lavacopas, limpiavidrios, comerciante de antigüedades y criptógrafo", decía él, queriendo alivianar esa imagen deshumanizada con la que se mira a los grandes humanos.
Sin embargo, para entender la vida de Walsh es necesario dividirla en dos partes. "Operación Masacre" cambió mi vida. Haciéndola descubrí, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior", dijo el hombre, refiriéndose al libro que inició el movimiento periodístico-literario de la novela testimonial.
Después de la frustración por la impunidad de la que gozaron los autores de los fusilamientos, Walsh ya no piensa en pedir justicia, sino observar que, además de permitir obtener datos y establecer la mecánica de sucesión de ciertos hechos, la investigación se ocupa de hechos límites que movilizan y ponen en cuestión compromisos, actos, ideas. La masacre de José León Suárez fue la perfecta culminación de un sistema; el caso Rosendo García desnuda la esencia del vandorismo; el asesinato de Satanowsky proyecta luz sobre el funcionamiento de los servicios de informaciones y su conexión con los grandes diarios. Osvaldo Aguirre
Antes de "Operación Masacre" Walsh se había criado en el seno de una familia conservadora, de ascendencia irlandesa. Estudió en un colegio de monjas irlandesas y estuvo interno en una congregación de curas también irlandeses. "Tengo una hermana monja y dos hijas laicas", se reía. A los 17 años comenzó a trabajar en la Editorial Hachette como traductor y como corrector de pruebas, y a los 20 comenzó a publicar sus primeros textos periodísticos. En 1953 publicó su primer libro de cuentos, "Variaciones en rojo", con el que había ganado el Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires.
Cuando se produjeron los fusilamientos de José León Suárez, Walsh estaba trabajando en la compilación de cuentos de la Editorial Hachette. Una tarde de 1956, jugando al ajedrez en un bar de la Plata escuchó la frase "Hay un fusilado que vive". Nunca se le fue de la mente. A fines de ese año, comenzó a investigar el caso con la ayuda de la periodista Enriqueta Muñiz, y se encontró con un gigantesco crimen organizado y ocultado por el Estado. Walsh decidió recluirse en una alejada isla del Tigre con el seudónimo de Francisco Freyre, y con la única compañía de un revolver. El 23 de diciembre Leonidas Barletta, director de Propósitos, denunció, a pedido de Walsh, la masacre de José León Suárez y la existencia de un sobreviviente, Juan Carlos Livraga.
El resto es historia conocida.
Walsh EN CUBA
Quién fue Rodolfo Walsh? Un periodista, un escritor, un militante, un intelectual que fue más allá de ese papel? "Fui lavacopas, limpiavidrios, comerciante de antigüedades y criptógrafo", decía él, queriendo alivianar esa imagen deshumanizada con la que se mira a los grandes humanos.
Sin embargo, para entender la vida de Walsh es necesario dividirla en dos partes. "Operación Masacre" cambió mi vida. Haciéndola descubrí, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior", dijo el hombre, refiriéndose al libro que inició el movimiento periodístico-literario de la novela testimonial.
Después de la frustración por la impunidad de la que gozaron los autores de los fusilamientos, Walsh ya no piensa en pedir justicia, sino observar que, además de permitir obtener datos y establecer la mecánica de sucesión de ciertos hechos, la investigación se ocupa de hechos límites que movilizan y ponen en cuestión compromisos, actos, ideas. La masacre de José León Suárez fue la perfecta culminación de un sistema; el caso Rosendo García desnuda la esencia del vandorismo; el asesinato de Satanowsky proyecta luz sobre el funcionamiento de los servicios de informaciones y su conexión con los grandes diarios. Osvaldo Aguirre
Antes de "Operación Masacre" Walsh se había criado en el seno de una familia conservadora, de ascendencia irlandesa. Estudió en un colegio de monjas irlandesas y estuvo interno en una congregación de curas también irlandeses. "Tengo una hermana monja y dos hijas laicas", se reía. A los 17 años comenzó a trabajar en la Editorial Hachette como traductor y como corrector de pruebas, y a los 20 comenzó a publicar sus primeros textos periodísticos. En 1953 publicó su primer libro de cuentos, "Variaciones en rojo", con el que había ganado el Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires.
Cuando se produjeron los fusilamientos de José León Suárez, Walsh estaba trabajando en la compilación de cuentos de la Editorial Hachette. Una tarde de 1956, jugando al ajedrez en un bar de la Plata escuchó la frase "Hay un fusilado que vive". Nunca se le fue de la mente. A fines de ese año, comenzó a investigar el caso con la ayuda de la periodista Enriqueta Muñiz, y se encontró con un gigantesco crimen organizado y ocultado por el Estado. Walsh decidió recluirse en una alejada isla del Tigre con el seudónimo de Francisco Freyre, y con la única compañía de un revolver. El 23 de diciembre Leonidas Barletta, director de Propósitos, denunció, a pedido de Walsh, la masacre de José León Suárez y la existencia de un sobreviviente, Juan Carlos Livraga.
El resto es historia conocida.
Walsh EN CUBA
Antes de partir a Cuba, publicó el Caso Satanowsky, en donde evidenció que matones de la SIDE asesinaron al abogado Marcos Satanowsky debido a oscuros intereses en torno a la propiedad del diario La Razón, y en cuya investigación da con los culpables.
En Cuba fundó la agencia Prensa Latina junto con su colega y compatriota Jorge Mascetti. Había decidido que no sería nunca más un simple observador privilegiado del mundo, sino que quería formar parte activamente de él: como jefe de Servicios Especiales en el Departamento de Informaciones de Prensa Latina, usó sus conocimientos de criptógrafo aficionado para descubrir, a través de unos cables comerciales, la invasión a Bahía de Cochinos, instrumentada por la CIA.
A Cuba fue Walsh a respirar un poco de aire libre. Sus experiencias amorosas con prostitutas cubanas fueron para él también actos de liberación. "... Después de vestirnos le digo cuánto es?, porque ella tiene que seguir trabajando, y ella dice "lo que quieras", pero cuando le doy cinco pesos se sonríe un poco y dice "tan poco?". Entonces invento cualquier argumento, porque no estoy resuelto a darle más, porque ahora no quiero ser engañado, ya la jauría del remordimiento y la vergüenza galopa a mis espaldas. Apenas salimos me desahogo de ella lo más pronto que puedo, y es entonces cuando empiezo a preguntarme si me habrán visto, si ella era linda o era un monstruo, y qué habrían dicho en la agencia si me vieran con una muchacha tan negra. Sí, me siento culpable de este gran acto de liberación..."
Walsh ESCRITOR
Rodolfo Walsh tuvo una tortuosa relación con la literatura, luego de haberse definido como marxista. (Soy lento, he tardado quince años de pasar del mero nacionalismo a la izquierda) Después de publicar ¿Quién mató a Rosendo? dijo: " las cosas cambiaron realmente en 1968, cuando la política lo ocupó todo. Entonces empecé a ser un escritor político. Mis ideas sobre la novela han cambiado"
A Walsh le faltaba la novela para consagrarse como escritor. Pero después de Operación Masacre, y de su estadía en Cuba, decidió que ya en Argentina no podía desvincularse la literatura de la política. El ya había decidido. "Empiezo a asimilar lo básico del marxismo y mi ´nivel de conciencia` es hoy bastante mayor. No aceptaría hoy incluir una cita de un bufón como Manucho (Manuel Mujica Láinez) en la contratapa de un libro ( se refiere a Un kilo de oro), ni vacilaría en rechazar una beca en USA, etc."
La novela era, para Walsh, algo así como la representación de los hechos. " Yo prefiero su simple presentación. (...) Eso quiere decir que la novela es lo difícil de decir, lo que se resiste a ser dicho? Lo que me compromete más a fondo? Otra variante que he pensado es que la novela es la última forma del arte burgués, y por eso ya no me satisface".
Ese mismo año, en Madrid Perón le presenta a Raimundo Ongaro, Secretario General de la CGT de los Argentinos, y el 1 de mayo aparece el semanario CGT, que funda y dirige por expreso pedido de Perón.. En 1969 empieza a militar en el Peronismo de Base. "No le entiendo nada- dijo Ongaro luego de leer unos escritos suyos- ¿Escribe para los burgueses?" " Me molestó porque sé que tiene razón" escribió Walsh, luego de este hecho.
Walsh MILITANTE
En 1973 comienza a militar en la organización Montoneros con el grado de Oficial 2° y el alias de Esteban. Crea un sector del Departamento de informaciones de Montoneros, y será su responsable. Junto a su amigo, el poeta Francisco Paco Urondo, participa como fundador y redactor de Noticias. Este diario presentaba los puntos de vista de Montoneros. A principios de 1974 deja constancia por escrito sus diferencias de concepción, tácticas y estrategia con la cúpula de Montoneros, en un último intento de cambiar el rumbo, que, de seguir así, llevaba a una segura derrota. No es escuchado. "Nosotros le decíamos traidores a ellos, a los Vandor, a los Matera, a los Remorino. Pero los traidores éramos nosotros. Porque Perón siempre los apoyó a ellos."
Bajo el golpe de Estado encabezado por Jorge Videla, crea la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA). "Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información."
El 29 de setiembre de 1976 muere en un enfrentamiento su hija Vicki. Tenía 26 años, una hija y era militante de Montoneros. Muere también su amigo Paco Urondo en Mendoza, perseguido por fuerzas militares conjuntas.
El 24 de marzo al cumplirse un año de la dictadura, envía su famosa "Carta Abierta de un escritor a la Junta militar" a las redacciones de los diarios, y nadie la publica. El 25 de marzo, entre las 13.30 y las 16, Walsh es secuestrado por un grupo de Tareas de la ESMA, comandado por el oficial de Inteligencia García Velasco. Sobrevivientes de la ESMA le acercaron a su hija Patricia Walsh una versión de lo sucedido. Según esa versión Rodolfo debía ser tacleado por el oficial de Marina y ex rugbier Alfredo Astiz, quien falló en su intento. Esto generó una momentánea confusión que permitió a Rodolfo gatillar el revólver calibre 22 que guardaba en la entrepierna. Así hirió a uno de sus agresores, que quedó rengo (a fines del 77 ese hombre fue galardonado con una medalla en una ceremonia secreta de la ESMA)
El 25 de marzo de 1977 asesinan al hombre que decidió para siempre ser "fiel al compromiso de dar testimonios en tiempos difíciles"
Fuentes:
"Ese hombre y otros papeles personales". Seix Barral. Edición a cargo de Daniel Link.
"Textos de y sobre Rodolfo Walsh". Alianza Editorial. Edición a cargo de Jorge Lafforgue.
Revista Vde Vian. Notas de Rodolfo Baschetti y Osvaldo Aguirre.
Libros publicados por Rodolfo Walsh:
· Variaciones en Rojo. Hachette1953; De la Flor 1985.
· Operación Masacre, un proceso que no ha sido clausurado. Sigla, 1957
· Operación Masacre y el expediente Livraga. Con la prueba judicial que conmovió al país, Continental Service, 1964
· Caso Satanowsky, Verdad, 1958. De la Flor agrega en 1986 un prólogo de Horacio Verbitsky
· Los oficios terrestres, Jorge Alvarez, 1965
· Una granada. La batalla. Jorge Alvarez, 1965. de la Flor, 1988
· Un kilo de oro. Jorge Alvarez, 1967
· ¿Quién mató a Rosendo? Tiempo Contemporáneo, 1969
· Un oscuro día de Justicia. Siglo XXI, 1973
Recopilaciones póstumas
· Obra literaria completa. México. Siglo XXI, 1981
· Rodolfo Walsh y la prensa clandestina 1976-1978. Ediciones de la Urraca, 1985.
· Cuento para tahúres y otros relatos. Puntosur, 1987. Reeditado por De la Flor en 1996.
· Yo también fui fusilado, Vuelve la secta del gatillo y la picana y otros relatos. Los libros de Gente Sur, 1990
· La máquina del bien y del mal. Clarín – Aguilar, 1992.
· Cuentos. Biblioteca Página/12, 1993
· Rodolfo Walsh vivo. De la Flor1994. compilación y prólogo de Rodolfo Baschetti.
· El violento oficio de escribir. Obra periodística(1923-1977) Espejo de la Argentina/ Planeta, 1995
· Ese hombre y otros papeles personales. Seix Barral, 1996. Recopilación a cargo de Daniel Link
· Semanario CGT. Página/12- Univ. De Quilmes. 4 libros de 86 páginas
· Textos de y sobre Rodolfo Walsh. Alianza Editorial,1999
Fuente: http://www.elhistoriador.com.ar/